Gorka Fraile: “Gutuna”

2015, 22 uztaila

→ mugalari.info: GORKA FRAILE ESCRIBE A MUGALARI | “No me faltan fuerzas y ánimo para hacer frente al cáncer, cárcel y obstáculos que me pongan”

Kaixo Mugalariok!

Os escribo desde mi txabolo, celda 43 del módulo conflictivo de la cárcel de Badajoz en compañía de mis colegas las cucarachas y los pesados de los mosquitos a 42 grados. ¡Qué mejor sitio que este para recuperarme de una intervención quirúrgica! Compañía no me falta, no.

Los que me conocen saben que no soy amigo de los protagonismos, tampoco de los personalismos y por lo tanto no me siento especialmente cómodo escribiendo todo esto. Desgraciadamente, un cáncer y más concretamente lo sucedido en el hospital cuando me lo iban a extirpar me han hecho, muy a mi pesar, protagonista. Muchos de vosotros habéis preguntado a mi familia por lo ocurrido y por esto me tenéis aquí. Iban Gorriti me ha ofrecido su periódico digital Mugalari para explayarme en todo lo que quiera, así que de antemano le doy las gracias.

Como muchos de vosotros sabéis, a raíz de una herida que me hice en la lengua y que después de diferentes tratamientos en la cárcel no mejoró, me derivaron al hospital donde por medio de una biopsia me diagnosticaron un tumor maligno en la lengua, un cáncer. Después de alguna prueba más, el equipo médico máxilofacial del hospital público Infanta Cristina de Badajoz, decidió que había que operar. La intervención quirúrgica consistía en quitarme un tercio de lengua y reconstruirla con arterias, músculos y demás que me sacaban del antebrazo izquierdo.

Y además y solamente por precaución, ya que no tenía el mal decidieron quitarme los ganglios del lado derecho del cuello. La operación que fue calificada por los médicos como de “gran envergadura y gran complejidad” debía de comenzar por la mañana temprano y no terminaría hasta la tarde noche. Por todo esto decidieron que debería ser ingresado con 24 horas de antelación para así mantenerme en observación y bajo control médico y en un ambiente lo más tranquilo posible, en una especie de preparación preoperatoria.

Pues bien, la operación la programaron para el martes 9 de junio por lo que el lunes 8 de junio, a las 07.30 horas fui trasladado por la Polícia Nacional desde la cárcel hasta el hospital. Como os podréis imaginar, los días anteriores fueron días de nervios y de temores ante lo que podría pasar en la intervención. Días y noches de gran incertidumbre y con un handicap añadido, el hecho de estar preso. En estos últimos 17 años nunca había sido ingresado así que no sabía muy bien a que me podía enfrentar. Hablando con mis compañeros llegué a hacerme, más o menos, una idea de cómo iba a ser, incluso me mentalicé por si tenía que hacer frente a la peor de las opciones. De poco me valió, la realidad acabó siendo infinitamente peor.

Llegué al hospital custodiado por la policía y directamente me metieron en la habitación 720. Era la última al final de un pasillo. Me sentaron en una silla, con las manos esposadas a la espalda. Dos policías se situaron al fondo de la habitación, yo en medio y otros tres a la entrada. Al ser la habitación como la de cualquier hospital, esto es no acondicionada para la estancia de pres@s, en un principio pensé que me tendrían ahí temporalmente, a la espera de pasarme a una que si lo estuviera.

Así pensaba hasta que a media mañana entró un chaval de mantenimiento y puso en la ventana unos topes de seguridad para que ésta no se pudiera abrir (ni que fuera a fugarme desde la séptima planta). Fue en este momento cuando saltaron todas mis alarmas. Para entonces tenía las muñecas destrozadas por las esposas e inevitablemente cada vez estaba más cansado y angustiado.

Les pregunté a los policía cuál era el plan, si me iban a llevar a otra habitación adaptada para pres@s (en la que pudiera estar sólo y sin las esposas) y dijeron que no, que de esa habitación ya no me movía hasta la operación del día siguiente. Siendo así las cosas, les pedí que me quitaran las esposas, que cerraran la puerta de la habitación y que me dejasen solo, que de ahí no podía ir a ningún sitio y que lo que necesitaba era tranquilidad para enfrentarme con el máximo de garantías a una intervención tan dura.

La respuesta de la policía fue a todo que no, que la puerta iba a seguir abierta, ellos dentro de la habitación y que no me iban a tener esposado durante todo el día y toda la noche, sino que también lo iban a hacer después de la operación. Tremendo, esas palabras y el odio con las que fueron dichas, no dejaron a partir de ese momento, de retumbar en mi cabeza. Sólo imaginar en que iba a convertirse la intervención me hacía temblar.

Insistí en que no podía ser, tratarme así era inhumano y que preguntasen a sus superiores. No sirvió para nada mi insistencia, se limitaron a menear unas hojas fotocopiadas, diciendo que era el protocolo de actuación, que ellos lo estaban siguiendo al píe de la letra y que éste había sido redactada por sus superiores.

No llevaba allí más que 3 o 4 horas y la angustia se apoderaba de mí. Poco después entró un médico para informarme que a última hora habían decidido practicarme una traqueostomía en la operación. Cada vez lo veía todo más negro, más complicado y psicológicamente empezaba a afectarme.

Después de comer, agotado y sentado en un sofá y por su puesto esposado, intenté dormir o por lo menos descansar y tranquilizarme un poco. Bastó que cerrase los ojos para que tres de los policías se pusieran a jugar con lo móviles y sus ruiditos, y los otros sacaran un ordenador portátil y se liaron a ver los capítulos de una serie a todo volumen. Sin poder dormir, durante estas horas mi cabeza siguió funcionando a toda máquina, pensando en la intervención, en la traqueo, en las esposas, en los policías, en su actitud… así que por la tarde cuando vinieron a visitarme mi tía, mi hermana y mi mujer, diez minutos cada una estaba desesperado.

Mi hermana me encontró en tal estado de nerviosismo que al salir de la habitación rompió a llorar, mientras que mi tía se llevó tal impresión que según se alejaba de la habitación le empezaron a fallar las piernas y estuvo a punto de caerse. A mi mujer le planteé seriamente la renuncia a la operación porque no tenía nada claro que pudiera salir bien de ella y que me llevasen de vuelta a la cárcel. A duras penas me convenció y menos mal porque a estas enfermedades no se les puede dar tiempo.

La tarde transcurrió como el resto del día, aunque la medida en que pasaba el tiempo mi agotamiento físico pero sobre todo el psicológico iba en aumento de manera exponencial. Llegó la noche y solicité a la policía acostarme. Entré en la cama y como era de esperar me esposaron a ella. El tiempo seguía pasando, los policías seguían con sus móviles y viendo películas, el ruido no me dejaba dormir, mi cabeza seguía dándole vueltas a todo, a mi situación pero sobre todo a lo que estaba por venir tras la operación.

Posteriormente, bien entrada la noche, los policías apagaron los móviles y el ordenador, pero nada cambió, dos de ellos se dedicaron a hablar animadamente, bien alto para que pudiera oírlos, otro de ellos se tiró toda la noche tosiendo y un cuarto se quedó dormido y no dejó de roncar ni un minuto.

Estando las cosas así, llegó un momento, en que teniendo que hacer frente a una intervención de gran peligrosidad, estando además preso, sin apenas haber podido ver a mi familia, rodeado de policías armados que habían decidido hacerme la vida imposible, esposado desde hacía casi 24 horas, sin haber podido dormir en las últimas 48 horas… llegó un momento en que estaba psicológicamente tan destrozado y tan hundido, que supe que, de seguir así las cosas, si después de la operación algo no cambiaba, era cuestión de tiempo que perdiese la cordura.

A partir de ese momento tuve la certeza de que no saldría bien, tal vez me quitasen el cáncer, pero a costa de perder la cabeza. Por la mañana temprano y sin pegar ojo vinieron a por mí, me llevaron a quirófano. Entre allí escoltado por dos policías y esposado a la cama. Así me durmieron. Los dos policías estuvieron durante toda la operación conmigo dentro del quirófano, igual también por si me podría escapar.

Desperté en la sala de reanimación, aunque me metieron anestesia para que estuviera dormido durante 48 horas, desperté 24 horas antes, según parece debido a la bomba de relojería en que se había convertido mi cuerpo por los nervios. Desperté con un tubo para la comida metido por la nariz, otro para orinar metido en el pene, en el cuello la traqueotomía con el respirador, además de una vía de drenaje en el cuello, otra en el brazo izquierdo que además lo tenía vendado y en el dedo índice un caperuchón para las pulsaciones.

En el brazo derecho tenía otras tres vías conectadas a diferentes bolsas (sueros, medicación…). Tenía también las muñecas atadas a la cama aunque en esta ocasión por motivos médicos, ya que al despertar había intentado arrancar los tubos y vías que llevaba puestos.

En la sala de reanimación pasé otras 24 horas. Poco después de despertar se me acercó un policía de edad avanzada y me dijo “tranquilo Fraile, mientras esté yo de guardia nadie te va a molestar ni esposar”.

Ya por la tarde entró Juli, mi mujer y me contó que Durango estaba movilizado, que tod@s vosotr@s estabais indignados, que los medios de comunicación se habían hecho eco de lo que estaba ocurriendo, que se estaban produciendo contactos a nivel médico, político, judicial y que mi situación iba a cambiar. Intentó convencerme de ello pero el daño psicológico que sufría era tan calamitoso que no me creía nada de lo sucedido.

Yo seguía con el miedo del postoperatorio metido en el cuerpo y además tuve la mala suerte de que me tocase una enfermera nada profesional que por el hecho de ser un preso político vasco, me odiase y maltratase con insultos, ironías y curándome mal y bruscamente. Cuando se lo conté a Juli en esa planta de reanimación, dio parte a la médica que sin ni tan siquiera preguntarle a la enfermera su versión, la apartó de mi lado y la sustituyó al segundo de la queja.

Algo habrían visto para apartarla tan rápido. Por lo tanto estas 24 horas que pasé en esa sala fueron una auténtica pesadilla. No podía cerrar los ojos porque cada vez que lo hacía me venían imágenes de sangre, vísceras, muertos, cuerpos mutilados… por lo que temía dormirme con esas visiones y no despertar cuerdo.

En esas condiciones y sin dormir, al día siguiente por la mañana me subieron a planta. Una vez en la habitación enseguida me di cuenta que Juli tenía razón con lo que me contó en reanimación. Los policías no eran los mismos y no entraron en la habitación sino que se limitaron a quedarse en el pasillo. Además al poco rato entró Juli con una sonrisa de oreja a oreja contándome que sí, que la pesadilla había acabado, que estuviese tranquilo y que para empezar nos habían autorizado las mismas visitas familiares que el resto de pacientes.

La policía no volvió a molestar, no volvieron a ponerme las esposas y la compañía de mi familia durante la convalecencia consiguió que poco a poco saliera del agujero en que estaba metido. Y aunque hoy en día, tres semanas después de la operación, todavía me emocione al recordar lo vivido, no me faltan fuerzas y ánimo para hacer frente al cáncer, al daño psicológico, a la cárcel y a todos los obstáculos que me pongan.

Y para acabar quiero dar las gracias a:

Mi ama y aita, ti@s, prim@s, herman@s, cuñad@s, sobris… en especial a mi prima Ainhoa y cuñada Nerea.

A los abogados, Etxerat, Jaiki Hadi, Sare…

A los diputados y senadores de Amaiur, a Sortu, a EH Bildu, a Dani Maeztu y a la alcaldesa de Durango.

A mi cuadrilla, amig@, conocid@s y cómo no a todos de que de una u otra manera os habéis interesado, habéis preguntado por mi y habéis participado en las movilizaciones.

A Iban Gorriti (Mugalari) por este espacio de libertad que ha creado.

A Anboto astekaria.

A María de Badajoz y sus compas por la solidaridad demostrada y el apoyo hacia mi familia y hacia mí.

Y de manera muy especial quiero dar las gracias a mi tía Txaro y mi hermana Pili que pasaron horas y horas en la sala de espera del hospital, que sufrieron conmigo cuando yo lo hacía y me cuidaron cuando más lo necesitaba.

Y para acabar quiero dedicar el homenaje más sentido a mis dos chicas: mi mujer Juli y mi txikitika Ilazki, que también estuvieron en Badajoz, también sufrieron y me cuidaron, por que sois lo mejor que me ha pasado y porque vuestra sola presencia me hace más feliz.

Bihotz-bihotzez maite zaituztet!

Esandakoa, eskerrik asko mundo guztioi et azulo zikin honetatik jaso ezazue nire besarkadarik beroena.

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