Joseba Sarrionandia, “Somos como moros en la niebla”

2012, 2 abendua

Joseba Sarrionandiaren «Moroak gara behelaino artean?» liburua gaztelaniara itzuli eta berrikusita argitaratuko du Pamiela etxeak. Jatorrizko euskarazko bertsioak baino 200 orrialde gehiago izango ditu. Datorren asteartean aurkeztuko da Bilboko Kafe Antzokian.

Liburuaren aurrerapena

21.
Algarabía: al-arabiya, `lengua árabe’, era el nombre que se daba al lenguaje morisco. Obsérvese el doble sentido que posee esta palabra en castellano: `lengua árabe’ y `galimatías’, `bulla’, `lío’, `confusión’.

El clérigo ilustrado asturiano Francisco Martínez Marina utilizó la palabra algarabía para designar una «lengua sin cultura» en un escrito despectivo sobre la lengua vasca en que ni siquiera la menciona como tal: «Bien es verdad que en algunos ángulos del norte de nuestra península, en los valles, así como en las montañas, se habla hoy por algunos, especialmente por la gente rústica, una cierta algarabía a que se ha pretendido dar nombre de lengua original, y aun de lengua sabia».

Francisco Martínez Marina, «Ensayo histórico crítico sobre el origen y progreso de las lenguas, señaladamente del romance castellano. Catálogo de algunas voces castellanas puramente arábigas o tomadas de la lengua griega y de los idiomas orientales, pero introducidas en España por los árabes», «In Memorias de la Real Academia de Historia, 1805».

50.
Cuando Max Weber elaboró su sociología de la religión, realizó la siguiente observación de sicología social. El hombre rico, frente a los pobres desgraciados que lo rodean, además de tratar de ser feliz con lo que posee, tiene un marcado interés en que nadie dude de que su riqueza es justa. Es más, quiere acreditar que si él es rico es porque se ha ganado esa suerte y esa riqueza, del mismo modo que el pobre se merece su infortunio y su pobreza. Se trata de una teodicea de los privilegios. Esa confirmación de la legitimidad de las desigualdades sociales es lo que, a juicio de Max Weber, el rico encuentra en la religión.

64.
En el siglo XVIII, el botánico sueco Karl Linneo, que firmaba «Carolus Linnaeus», distinguió cuatro razas en su empeño de explicar el sistema de la naturaleza: el Homo Europaeus: «blanco, rubio, inventivo, gobernado por leyes»; el Homo Americanus: «piel rojiza, colérico, testarudo, alegre, amante de la libertad»; el Homo Asiaticus: «piel olivácea, melancólico, agudo, duro, severo, gobernado por la opinión»; y el Homo Afer: «piel negra, indolente, de costumbres viciosas, nariz de mono, imprevisible, perezoso».

El hombre blanco europeo era el principal, claro está, debido al peso de tantos prejuicios. Y como no son antropófagos, dicho sea de paso, los racistas no solían interesarse especialmente por el físico como tal del ser humano. Los hombres de negocios de los siglos XVIII y XIX pensaban, más bien, en el uso instrumental de esos cuerpos.

255.
La de las cabezas cortadas es una imagen que aparece una y otra vez en la guerra de Marruecos. Se ha recurrido a ella a menudo como argumento para demostrar la ausencia de compasión entre los moros, que se representan con cabezas ajenas en las manos. En los Estados Unidos, durante la conquista del Oeste, se cortaba la cabellera de los enemigos, lo cual se empleó más tarde como prueba de la brutalidad india. Tanto las cabezas cortadas del norte de África como las cabelleras del oeste de Norteamérica eran pruebas de la pieza cazada, que el poder pagaba tras las cacerías humanas a tanto la unidad de rebelde abatido. Eran evidencia también de la desequilibrada arrogancia de los homicidas y un aterrador aviso para los que quedaran vivos.

280.
Según la información que le dio Pedro Pablo Astarloa a Wilhelm von Humboldt en 1801, los castigos por utilizar la lengua vasca eran frecuentes. En la escuela de Durango, el maestro le ponía el `anillo’ a un alumno al comienzo de la semana. Aunque resulte paradójico, a ese chiquillo se le llamaba `el rey’, y tenía que sorprender a alguien hablando en vasco entre sus compañeros para pasarle el anillo. Tanto en el interior del aula como en el patio regía la prohibición. Al final de la semana, el maestro preguntaba quiénes eran los niños que habían merecido el anillo, es decir, `los reyes’. Estos tenían que ponerse de pie, en fila, con los brazos extendidos hacia adelante, postura en que el maestro les levantaba la blusa por detrás y les zurraba en el trasero.

282.
León XIII había publicado en mayo de 1891 la encíclica «De rerum novarum», sobre el deber que contraen los patronos con sus trabajadores, donde explicaba la doctrina social de la Iglesia, criticaba el socialismo y predicaba la caridad. Pero era demasiado tarde. El movimiento obrero ya era fuerte para entonces y se había alejado considerablemente de la Iglesia. El papa Pío XI diría que la pérdida de las masas trabajadoras era, para la Iglesia, «el acontecimiento más lamentable del siglo XIX».

387.
A Mohammadi ben Ahmed le cortaron una oreja en 1893; a Mohamed Amezián lo describían en un artículo de 1909 como de «mirada traidora, como sus actos»; a El-Gomari lo asesinaron en el mismo año sin mayores explicaciones; a los regulares nunca se les consideró del todo fiables; también Mohamed ben Abdelkrim sería un `traidor’. Fueran supuestas o reales las traiciones, el hecho es que los españoles no se fiaban de los moros.

Los consideraban astutos, simuladores y tramposos, y tenían razón. Los moros no eran de confianza y, de hecho, no podían serlo. No podían ser honrados, sinceros e ingenuos, con los españoles al menos. En la situación de dominación que estos habían instaurado, los moros estaban obligados a adaptarse de algún modo y disimular de diversas maneras. Tal vez simularan fidelidad ante sus patrones, encubriendo sus verdaderos sentimientos e intenciones.

Es un tópico frecuente entre los opresores el de considerar astutos, simuladores y tramposos a los oprimidos. De hecho, con frecuencia suelen tomar esa `maldad congénita’ de los oprimidos como motivo para someterlos. Para los oprimidos, en cambio, acomodarse a las normas, vivir como ajenos a su circunstancia es forzoso, sobre todo en situaciones de violencia extrema, ya que es la mejor manera de mantenerse a salvo.

465.
El soldado inmerso en una guerra actúa sin comprender bien qué está ocurriendo en un nivel más abstracto de los hechos. Lo que ahí está aconteciendo en sentido militar, político o histórico se encuentra en otro plano. Es más, `lo otro’ que está sucediendo en esa guerra se decidirá más tarde, dependiendo de si su ejército haya ganado o perdido y de otros factores.

La `paradoja del soldado’ aparece bien explicada en «La cartuja de Parma» de Stendhal, cuando Fabrice Valserra del Dongo se ve viviendo su propia experiencia en la batalla de Waterloo. Es interesante también el relato que en «Paz en la guerra» hace Miguel de Unamuno, quien sigue a Ignacio Iturriondo por el Duranguesado: «¿Y era aquello? ¿Era aquello la guerra? ¿Para aquello había salido de casa? Continuaron de pueblo en pueblo, y de monte en monte, sin descanso, ya por la carretera polvorienta y adormecedora, ya por viejas calzadas pedregosas, alguna vez por antiguos lechos de regatos, que dejados en seco merced a un canalillo lateral, servían de calzada en las encañadas. Recibían noticias contradictorias y murmuraban de la campaña…».

Arturo Barea, en un pasaje de «La ruta», compara la experiencia del soldado con la del actor que trabaja para una película: «Cuando el actor ve la película terminada, difícilmente se reconoce a sí mismo y tiene que forzarse para reconstruir mentalmente las escenas que repitió un sinnúmero de veces. El actor así llega a tener dos distintas impresiones: una es parte de su propia vida […]. La otra se produce cuando ve la película terminada, en la que ha dejado ya de ser él mismo y es una personalidad distinta, es parte de un argumento, es una persona con una vida artificial que depende de la forma en la cual las escenas que él interpretó se encadenan con las escenas que ejecutaron otros».

532.
Por encima de la `Geografía Universal’ se encumbró la `Historia Universal’. David Hume y Adam Smith desvelaron el esquema del desarrollo de la historia: caza, pastoreo, agricultura, comercio… Occidente se encontraba en la cuarta etapa de su desarrollo, mientras que las demás regiones seguían en etapas más atrasadas. Junto a la idea de `progreso’, los filósofos, economistas e historiadores escoceses idearon el concepto de `atraso’, convirtiendo a los `salvajes’ de la geografía universal en los `primitivos’ de la historia universal. Los pueblos de Occidente, según ese esquema histórico, pasaban a ser conocedores del pasado y del futuro de los demás pueblos y, de esa manera, prácticamente sus dueños.

563.
James Button fue el nombre oficial que se dio a un muchacho de alrededor de catorce años de la etnia yagan que en abril de 1830 fue comprado a cambio de un botón de nácar, de ahí su apellido, y embarcado en el HMS Beagle. En realidad, el pensó que lo llevaban a cazar guanacos. Fue trasladado a Inglaterra, junto con otros tres nativos de otra etnia que habían sido tomados como rehenes, para ser educado en Walthamstow y aprender inglés, principios de cristianismo, utilización de herramientas corrientes y nociones de agricultura y mecánica.

A pesar de los cuidados, uno de ellos murió con síntomas de viruela. Los otros tres fueron presentados en la corte a sus majestades el rey William IV y a la reina Adelaida. En junio de 1831, el Beagle volvió a la zona meridional de América del Sur con el objetivo de continuar con la investigación, en la que participaba Charles Darwin como naturalista, y con miembros de la Sociedad de la Iglesia Misionera que tratarían de establecerse en el país con la ayuda de los tres indígenas que quedaban vivos. En enero de 1833, Jimmy Button se encontró con su gente, los yaganes, recolectores costeros, canoeros errantes de los canales, y encontró a su madre y hermanos, aunque el padre había muerto. Jimmy Button prefirió quedarse con su gente en los canales fueguinos, desnudo como los demás de su tribu, a pesar de la incredulidad de Darwin.

Una veintena de años después, miembros de la Sociedad Misionera Patagónica intentaron recabar la colaboración de Jimmy Button para evangelizar a los indígenas, a lo que se opuso este. En 1860, cuando construyeron la misión e iban a celebrar la primera misa, fueron atacados por los indígenas y los mataron a casi todos. Los yaganes, y particularmente Jimmy Button, fueron acusados de haber participado en la matanza y encarcelados en las islas Malvinas, donde murieron masivamente a causa de la viruela.

573.
En base a la misma comparación, comprendido el resignado realismo de Antoine d’Abbadie, es memorable también la invencible esperanza de Elías Canetti: «Me sentiría aliviado con que un toro, un solo toro, pusiera en fuga de un modo lamentable a estos héroes, los toreros, y, junto con ellos, a una plaza entera ávida de sangre. Pero preferiría la revuelta de las víctimas menores, de las suaves y dulces ovejas, o de las vacas. No comprendo cómo esto no puede ocurrir nunca».

626.
En la sala de cine recién apagada, mientras se iluminaba la pantalla, sonaba la sintonía y se oía la presentación: «El mundo al alcance de todos los españoles». Antes de cualquier otra película, el «Nodo»: auténtico cinéma vérité de la nación-estado creada por el Ejército de África.

1201.
A mediados del siglo XIX, el deseo de libertad de los esclavos era considerado como `anómalo’ por muchos psicólogos norteamericanos, pues consideraban que la esclavitud era una condición normal. Por ejemplo, Samuel Cartwright redactó un «Informe sobre las particularidades y las enfermedades psíquicas de la raza negra», que vio la luz en 1851 en el «New Orleans Medical and Surgical Journal». Científicamente, se denomina drapetomanía a la tendencia demente que presentan algunos esclavos a darse a la fuga. Se explicaba así: «Es una ofuscación mental semejante a la esquizofrenia, pero normalmente tiene cura».

El tratamiento tradicional para la curación era fiable, obviamente: bastonazos, grilletes, hierros al rojo, mutilaciones de orejas y otros remedios naturales.

1283.
Todos nos escandalizamos cuando se prohíbe un libro y se procede a retirarlo de los escaparates de las librerías. Se trata de una censura `incidental’.

Pero supongamos que ese mismo libro ha sido publicado por una editorial pequeña que no tiene manera para promocionarlo. El libro no aparece en ningún medio, no se traduce a otras lenguas y ni siquiera es adquirido por ninguna biblioteca. Así ha funcionado por lo general la censura `sistemática’.

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